Thursday, April 26, 2012

incendios,deforestación y falta de incentivos

Resulta que una de las persona detenidas por prender fuego deliberadamente en el bosque de La Primavera en la zona metropolitana de Guadalajara era una ejidatario del propio bosque. Lo mismo sucede con varios de los taladores de la comunidad indígena de Cherán, Michoacán. ¿ porqué lo hacen ? Los "dueños" del 80 por ciento de los bosques de nuestro país son ejidos o comunidades indígenas la mayoría de ellas pobres. El Estado, sin embargo, les prohíbe o dificulta el aprovechamiento de sus terrenos en forma sustentable. El Procampo en cambio así como el subsidio generalizado al agua para fines agrícolas ( el 80% del agua potable se usa para estos fines sin costo) sí les genera un enorme incentivo para desmontar la zona forestal. Las áreas forestales cercanas a la ciudades pueden multiplicar su valor por 100 si se convierten a uso de suelo urbano ¿ porqué pedir entonces que sean los más pobres quienes paguen el costo de la calidad ambiental ? ¿que hacer al respecto? En la 16 Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP16) y en el documento "Visión REDD (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación de los bosques) de México: Hacia una Estrategia Nacional" en dicienbre de 2010, se planteó toda una estrategia para compensar a los dueños de bosques por los servicios ambientales prestados con un fondo internacional y gubernamental que gastará sobre 90 millones de dólares cada año. Se diseñaron programas sofisticados y se creo una burocracia en todos los estados.
Cuando se averigua como funciona dicho fondo, se comprueba que poco tiene que ver con el pago justo de un servicio ambiental que todos coinciden es muy valioso. Trámites, requisitos complicados, superficie mínima de 200 Has. para recibir una cantidad insignficante que no permite cambiar el usos racional de los bosques. ¿ Porque sorprende entonces que los dueños legitimos de estos recursos decidan no regalarlos y darles un uso no sustentable ?

Sunday, April 22, 2012

Los pasos de Liópez

Luis González de Alba La Calle, Milenio 2012-04-09 • Acentos Hoy atiendo una solicitud expresada en tonos serios y en insultos: ¿qué le hizo López Obrador a González de Alba que le dedica tanto espacio? Respondo: Ni siquiera nos conocemos. ¿Qué me hizo? Destruyó el proyecto al que, con muchos amigos, entre ellos los que más quiero, dediqué toda mi juventud, casi tres años de cárcel, exilio, noches en vela para crear el MAP, otras para integrar el Partido Socialista Unificado de México (PSUM), luego al PMT de Heberto Castillo para el PMS… Mientras el joven Liópez componía el Himno al PRI y dirigía el PRI-Tabasco, y sus hoy allegados integraban el equipo de Salinas con la intención de saltarse la vieja guardia del PRI, representada por Cárdenas. Pero su partido no le perdonó el intento de fracción similar a la que sí logró hacerle al PRD: formar en Tabasco una red autónoma al PRI y al servicio personal de Liópez. Lo echaron de la presidencia del PRI y le negaron toda candidatura. Se fue al PRD… a hacer lo mismo que sabe hacer: grillar, dividir. Respondió a Cárdenas, cuando lo invitó a sucederlo como jefe de Gobierno del DF, que no era elegible puesto que había demostrado residencia en Tabasco. Una negociación, con el PRI, logró que el presidente Zedillo empleara la vieja autoridad presidencial (quizá por última ocasión) en frenar la objeción del PRI. Luego vino su gobierno: hizo todo cuanto habíamos denunciado en gobiernos del PRI: entregó obra por miles de millones sin concurso abierto; por su voluntad imperial, cuando una noche de insomnio le dio la idea de unos arcos gigantes, los segundos pisos y distribuidores, la soltó en su conferencia de prensa en total ignorancia de su jefe de Obras Públicas, el ingeniero César Buenrostro, cardenista desde su infancia. Cuando César dijo no saber nada del tema, que no había presupuesto ni estudios ni mención alguna en la campaña, simplemente lo hizo a un lado y puso al frente de su megaobra a una leal bió-lo-ga, Claudia Sheinbaum. Su empleado en la Asamblea Legislativa del DF, René Bejarano, le consiguió un decreto que oculta esos precios por diez años (están por vencer y le urge fuero o sea impunidad). Los contratistas llevaban a todos sus empleados a llenar los mítines de AMLO. A Bejarano y su mujer Dolores Padierna los habían denunciado damnificados del terremoto del 85 por su tráfico de vivienda popular y hasta por quedarse con el enganche sin entregar el departamento. Se los llevó a trabajar con él. Bejarano como secretario particular. Luego vimos todos por TV al secretario particular de AMLO llenar un maletín y todos los bolsillos de su traje con fajos de dólares entregados por un contratista extorsionado para obtener obra, sin concursar, Carlos Ahumada. AMLO dijo que no sabía. Bejarano dijo: “Todo lo que he hecho ha sido con el conocimiento de Andrés”. Luego vimos a su secretario de Finanzas, Gustavo Ponce, jugando en Las Vegas como cliente VIP cada tres semanas. Y esa noche Liópez le dio el pitazo: “Les prometo que lo tendrán aquí mañana”. Con eso desapareció. Fue localizado, meses después, por la PGR (federal) escondido en una casa del PRD en municipio perredista, Tepoztlán. La Ciudad de México se volvió insegura a grados de terror: los taxistas asaltaban a los usuarios en acuerdo con ladrones. Robaron a todos mis hermanos idos al DF a realizar trámites, a todos mis empleados en quincena. Huí del DF. Una gigantesca manifestación le exigió a Liópez seguridad. Los llamó “pirrurris”. Le lincharon tres investigadores en Tláhuac, dos quemados vivos. Le lincharon ladrones de una iglesia y respondió que: “Debían aprender a no meterse con los usos y costumbres del pueblo”. Inventó un fraude electoral, primero cibernético, con un algoritmo infiltrado en computadoras de la UNAM. Ésta respondió que no se habían usado. En cada casilla se sumó voto por voto bajo vigilancia de partidos y observadores. Se entregaron copias de las actas a todos los partidos, para que hicieran su propia suma. Entonces cambió de opinión: había sido “a la antigüita”. ¿Bajo tanto observador? Sí, e hizo su peor canallada: acusó a sus propios vigilantes de casilla de haberse vendido… ¿nombres?, ¿cuánto? Nada: lo convirtió en dogma de fe: hubo fraude y a callar. Nadie sabe de qué vive y vive bien, recorre el país con comitiva, paga caras colegiaturas de sus hijos. Sí, lo detesto. Pero hay quienes tienen el mapa al revés. *Para no ser un Sealtiel Alatriste, Liópez fue acuñado por Gil Gamez: Lío+pez. Novedad: Agápi mu (Amor mío) en eBook: http://www.amazon.com/dp/B007LX0TPU www.luisgonzalezdealba.com

Monday, April 02, 2012

el huevo de la serpiente 2

Son nacionalistas, detestan la apertura comercial, piden la protección de estado.
En Francia

Es el Frente Nacional
la extrema derecha tan parecida a nuestra izquierda
el voto comunista de ayer, es hoy es el voto facho
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Donde el obrero vota al Frente Nacional
Miguel Mora , El Pais


María Francisca González regenta un negocio de patatas fritas, llamado Chez González, en la plaza central de Hénin-Beaumont. “Mi abuelo era un barquillero de Santander y mi madre cruzó andando los Pirineos en 1948”, explica. González nació en este pueblo de aspecto flamenco y pequeñas casas alineadas de ladrillo rojo, situada al sur de Lille y cerca de la frontera con Bélgica: “Mi abuelo vendía helados con una camioneta a los mineros polacos, italianos, españoles y marroquíes”. Hoy, solo las dos montañas negras donde se dejaban los residuos del carbón, en las que hoy crece una hierba rebelde y dos árboles ralos, dan testimonio de aquella época.

Hénin-Beaumont, una mancomunidad que agrupa a 14 municipios y 125.000 habitantes, y su región, Norte-Paso de Calais (reflejada en la agradable película Bienvenidos al Norte de Dany Bonn), eran entonces una especie de Asturias a la francesa, un territorio pobre, húmedo y dominado por el Partido Comunista Francés. Cuando en los años ochenta se acabó la minería y llegó la modernidad poscapitalista con un polo industrial made in France (Renault, Faurecia, Samsonite, Metaleurop, pero también McDonald’s y KFC), la pequeña ciudad era un feudo socialista. María Francisca González recuerda que en 1981 “todo el pueblo se tiró a la calle para festejar la victoria de François Mitterrand”.

Pero las cosas han cambiado mucho en los últimos años. Desde 2008, la crisis, las deslocalizaciones y los cierres dispararon el paro en el pueblo hasta las cotas más altas del país, por encima del 15%. Las calles se llenaron de carteles de se vende y de locales de apuestas, el Partido Socialista local dejó de existir como tal en 2009 porque el alcalde de Hénin-Beaumont, Gérard Dalongeville, fue encarcelado por corrupción, y la UMP del presidente protector Nicolas Sarkozy, que siempre había estado ausente, siguió sin aparecer.

González, tan roja y dispuesta como su madre, acompaña a los periodistas a ver el camino que une los concejos de Hénin y Beaumont. “Este es el bulevar de la desolación”, dice. Mientras el coche avanza, hace el recuento de bajas: “Renault despidió a gran parte de su plantilla, Faurecia ha vivido huelgas y despidos salvajes, cerró Metaleurop después de tener dos años a los trabajadores bajo unas condiciones de seguridad lamentables, y con Samsonite fue peor: llegaron unos emprendedores de plantas solares, pero cogieron la subvención del Gobierno para las energías renovables y cuando formaron a los trabajadores cerraron la fábrica dejando en la calle a 1.500 personas. Los típicos patrones bandidos”.

“El FN defiende que los patronos y los obreros deben marchas unidos contra los extranjeros”, dice el izquierdista Noël


El hundimiento político, social y económico tuvo efectos inmediatos: en 2010, el Frente Nacional sacó aquí el 48% de los votos en las municipales, y en 2011, la ultraderecha superó el 51% en los comicios cantonales, ganando en 21 de los 38 cantones de Pas-de-Calais y rozando el 80% en Beaumont. Marine Le Pen se convirtió en consejera regional e instaló aquí su base del norte: el Frente Nacional había dejado de ser un club de ricos jubilados de la Costa Azul. Como hizo la Liga del Norte en Lombardía, la ultraderecha salía del ostracismo con el voto obrero.

El asalto frentista desmontó el mito que afirma que la inseguridad ciudadana y la inmigración son los dos núcleos en los que se funden los votos y la ideología de la ultraderecha francesa. Las clases populares de esta zona son en gran parte inmigrante o hija de inmigrantes. Y el viejo norte industrializado dejó de ser el señorío donde Dominique Strauss-Kahn campaba a sus anchas de día y sobre todo de noche con sus contactos en la burguesía corrupta de Lille, donde es alcaldesa Martine Aubry, la primera secretaria socialista.

Ahora, en Hénin-Beaumont solo hay dos sedes oficiales. La del Frente Nacional, un primer piso casi clandestino situado encima de una óptica donde a las tres de la tarde se reúnen cuatro militantes para salir a pegar carteles y repartir octavillas. Y la del Frente de Izquierda del extroskista Jean-Luc Mélenchon, una planta baja donde los militantes se reúnen a las diez de la mañana para salir a pegar carteles sobre los que han colocado la tarde anterior los fornidos chicos del Frente Nacional.

David Noël, secretario de la sección local del Front de Gauche (Frente de Izquierda), explica así la transición desde la izquierda a la ultraderecha: “El PCF sacaba aquí el 20% de los votos en los años ochenta y noventa. Cuando nos asociamos al Gobierno de Lionel Jospin, todo cambió. Apoyamos las privatizaciones y perdimos el sitio. Luego el alcalde socialista acabó en la cárcel y emergió el Frente Nacional. En cierto modo fue engañoso, porque Le Pen es un oportunista que solo vino a ocupar ese vacío. La pena es que nos hemos convertido en la excepción que confirma la regla. Los socialistas se han desintegrado, y solo quedamos nosotros y Le Pen”.

María Francisca G0nzález explica que entre los militantes del FN “hay muchos más enfadados que fachas”


¿Será que los extremos se tocan? Según Noël, el discurso de Marine Le Pen, sus ideas xenófobas, antieuropeas y nacionalistas, no se parecen “nada” a las que defiende el Front de Gauche de Mélenchon. Pero en realidad su discurso no es tan distinto. Desde que Le Pen ha añadido unas gotas de perfume social y republicano al ideario de su padre no resulta fácil distinguir entre los dos programas. Los dos piden más proteccionismo, menos globalización, más nacionalismo empresarial. Pero en realidad, todos los partidos franceses ofrecen esa misma receta.

“El Frente Nacional defiende que los patrones y los obreros deben marchar unidos contra los extranjeros y reparte octavillas contra los sindicatos”, explica David Noël. “Nosotros queremos volver a la jubilación a los 60 años y nuestro proteccionismo no es nacionalista, simplemente queremos proteger a la industria europea de la explotación de la mano de obra que se produce en países como China. La derecha y la socialdemocracia, que cayó seducida por el dinero, han sido cómplices y por su culpa hoy tenemos las tiendas llenas de productos de Bakú”.

Esta sensación de invasión, de miedo a la globalización, de alergia al mercado libre es un sentimiento muy extendido en Francia, pero en las zonas más castigadas y alejadas del centro se vive una aprensión especial. Philippe Manière, autor del libro El país donde la vida es más dura (Grasset) ha escrito en el Financial Times que “la globalización está revelando la injusticia del modelo francés. La promesa de igualdad, central en el pacto republicano, ha sido traicionada porque siempre son los mismos quienes corren los riesgos (especialmente el de perder su trabajo), mientras otros disfrutan las oportunidades (buena carrera y buen salario). Y esto refleja la inmovilidad social de un país (…) donde los caminos del éxito están cerrados para los jóvenes, las mujeres, las minorías étnicas y los que no nacen en buenas familias”.

Esa distancia de las élites, alianza política, mediática y empresarial explica en buena parte el fenómeno del Frente Nacional y a la vez el del Frente de Izquierda, porque los dos beben, más que del apoyo de nostálgicos fascistas y comunistas, que también, del voto indignado y antisistema. Las encuestas reflejan que la opción electoral preferida de los jóvenes de entre 18 y 22 años es Marine Le Pen. Y solo después eligen al socialista François Hollande.

El FN y el Frente de Izquierda beben,

más que del apoyo

de nostálgicos, del voto indignado y antisistema

La Francia obrera del norte votó en 2005 contra la Constitución europea con la mayor convicción de todo el país: un 75%. Unos, como Noël o González, votaron no “a la Europa del capital”. ¿Y los del Frente Nacional? A pesar de sus grandes resultados, los militantes del Frente Nacional del pueblo parecen seguir sintiendo vergüenza de su condición, porque resulta muy difícil encontrar a alguien en el pueblo que diga que vota a Le Pen. Dino, el patrón del café de la Paix, cuenta que tiene un parroquiano “amigo de Marine”, y cree que el éxito de Le Pen se debe al miedo a la inmigración y sobre todo al paro: “En el pueblo hay casas con hombres de tres generaciones y ninguno trabaja”.

El carnicero Patrick Norgret, que es conocido en el pueblo por ser seguidor y suministrador del Frente Nacional, sonríe cuando se le pregunta si vota a Le Pen, y se hace el loco. “La izquierda robó mucho en la alcaldía, pero yo no les voté, votar no sirve para nada”. ¿Tampoco ahora que Francia está en crisis? “¡Qué va, aquí no hay crisis, todos vamos de vacaciones a España, tenemos más coches que nunca, aquí hay mucha pasta, son los medios los que se inventan lo de la crisis!”.

Finalmente, a media tarde, aparece un militante confeso del Frente Nacional. Se llama Xavier, pertenece al partido desde hace ocho años, se jubiló hace dos, a los 55, y trabajaba en la eléctrica EDF. Cuando se le pregunta si es de derechas dice que no como si fuera la peste. ¿Y por qué vota entonces a la ultraderecha? “Porque soy conocido de Marine y porque los otros tienen pocas ideas”.

La ultraderecha avanza casi en silencio, con la complicidad de unos partidarios que no desean decir que lo son
María Francisca González explica que entre los militantes del Frente Nacional “hay muchos más enfadados que fachas”. Su teoría es que Le Pen “hizo el trabajo que los otros no hicieron, ir barrio por barrio buscando los votos y presentar un candidato nacido aquí. Fueron captando gente descontenta, pero a muchos les da vergüenza decir que votan FN. Hace 15 años no se atrevían ni a salir a la calle, pero ahora se sabe bien quiénes son. Muchos de los despedidos de Metaleurop son militantes. En general tienen el apoyo de los desencantados”.

Lo mismo sucede en la nación. La gran fuerza electoral de Marine Le Pen son, además de los jóvenes, los obreros. Su candidata preferida es la ultraderecha. Aunque los sondeos han ido bajando su intención de voto hasta el 15% desde el 20% que tenía hace dos meses, Le Pen ha condicionado y dado forma a la campaña de Nicolas Sarkozy. El presidente sabe bien que para ganar el primer turno debe pescar en las turbulentas aguas del descontento social, en los olvidados y las víctimas de la crisis. Y toda su estrategia se ha basado en eso. Seguridad, inmigración, trabajo, una y otra vez.

La única gran diferencia es que el candidato a la reelección tiene garantizado el apoyo mediático y los recursos financieros, mientras Marine Le Pen lleva a cabo una campaña semiclandestina, hecha de mítines los domingos, entrevistas esporádicas y reparto de octavillas en las fábricas. Se diría que es una opción: la ultraderecha avanza casi en silencio, con la complicidad de unos partidarios que no desean manifestar que lo son. Quizá los sondeos no reflejen del todo la realidad de esta Francia silenciosa y huraña que trama su venganza contra las élites nacionales, europeas y globales sin dar la cara.

Al llegar a la sede del FN en Hénin-Beaumont, el responsable se niega a abrir la puerta negando con el dedo desde la ventana, y los militantes que van a pegar carteles rechazan cualquier comentario y mucho más ser acompañados durante su paseo. “Nos lo han prohibido desde la sede del partido, no podemos hablar”, dicen.

A la salida del turno de mañana de Faurecia, una fábrica de componentes para coches que vive de los encargos de Renault, cada vez menores porque una parte de la producción se ha deslocalizado a Marruecos, los trabajadores se agolpan ante los tornos del aparcamiento. Han pasado tres años haciendo huelgas muy duras y tampoco son especialmente amigables con la prensa. Cuando se les dice que hay huelga general en España, preguntan por qué, pero se niegan en redondo a hablar. Enseguida sale una señorita que explica que esto es una propiedad privada y que debemos abandonar las instalaciones.

En Beaumont, el bar L’Amaryillis es la imagen de la crisis. Tabaco, todos los juegos de azar y loterías posibles, una televisión que retransmite carreras para los apostadores hípicos, y ni un solo cliente a las cuatro de la tarde. Tras la barra, un joven con gafas que se declara apolítico, o mejor “antipolítico”, explica que el Frente Nacional es el resultado del hartazgo. “La gente no cree ya a los políticos de antes. Los tiempos cambian. La izquierda reparte a todo el mundo y la derecha solo a los ricos. Aquí hay mucho paro, mucha inmigración, mucha inseguridad. Tenemos a los gitanos rumanos cerca de Calais y el Gobierno les da 300 euros para que se vayan. Se van a Bélgica y al día siguiente vuelven. Hace falta acabar con todo eso”.

María Francisca González, como buena hija de republicana española, piensa seguir resistiendo: “Nos han tomado como rehenes, pero el enemigo no es el Frente Nacional. El verdadero enemigo son las guerras intestinas de la izquierda”. En Hénin-Beaumont la retórica de los años treinta se ha puesto otra vez de actualidad.

el huevo de la serpiente 1

El nacionalismo como pretexto para fomentar la represión y las oligarquías locales.
Argentina y el populismo peronista entre el mundial del 78 y la derrota ante el Reino Unido.


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John Carlin
Thatcher, libertadora argentina
Los “nazis argentinos” se habrían consolidado en el poder si la Dama de Hierro se hubiera cruzado de brazos ante la ocupación de Las Malvinas hace treinta años


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La primera ministra británica, Margaret Thatcher, durante su visita sorpresa a las tropas inglesas en las islas Malvinas el año 1983. / AP


Nunca he entendido del todo por qué los argentinos jamás han reconocido la enorme deuda que tienen con Margaret Thatcher. Tendrá que llegar el día en el que algún representante del Gobierno argentino demuestre la inteligencia, la madurez y la cortesía necesarias para darle las gracias. Mientras esperamos, aprovechemos el 30º aniversario del comienzo de la guerra de las Malvinas para explicar por qué la Dama de Hierro merece ser considerada en Argentina como la gran libertadora del siglo XX.

Viajemos 30 años para atrás. No al 2 de abril de 1982, cuando tropas argentinas “recuperaron” o, según el punto de vista, “invadieron” las Malvinas. Volvamos al día antes, al 1 de abril. Yo vivía en Buenos Aires en aquel momento. Llevaba dos años y medio allá, dos años y medio de creciente rabia y rencor hacia los asesinos en serie de la Junta Militar que gobernaba el país. En aquel 1 de abril solo había una cuestión política en Argentina: ¿cuándo iban a dejar el poder los hijos de puta de los milicos? Si a cualquier persona remotamente sensata, no asociada directamente con el Gobierno, se le hubiera preguntado en ese momento: “¿Qué es más importante hoy, que se recupere la democracia o la soberanía sobre las Malvinas?”, creo —quiero creer— que la respuesta hubiera sido la democracia.

Los generales Videla, Galtieri y compañía hicieron desaparecer a 30.000 personas durante sus más de seis años en el poder. Es decir, los secuestraban, los torturaban, los mataban y escondían sus cuerpos en fosas comunes o en el fondo del mar. A la crueldad física se agregaba la crueldad mental hacia los familiares de las víctimas. Saber que un ser querido ha muerto es mejor, o menos terrible, que aguantar años alimentando la remota esperanza de que (tras sufrir inimaginables horrores) quizá siga vivo. Lo sé. Conocí íntimamente a personas que padecieron esta precisa agonía mental.

Viví en Buenos Aires entre los tres y diez años. En el colegio juraba todos los días por la patria morirPor eso fui a ver al embajador británico por el año 1980 a pedirle ayuda en un caso concreto de una mujer desaparecida (me dijo el embajador que el aparato represivo de los militares era como “una máquina para hacer salchichas”); por eso escribí artículos en la prensa argentina comparando el terror de la Junta Militar con el holocausto nazi; por eso, cuando las Madres de Plaza de Mayo hicieron un llamado al pueblo a acudir a la plaza a denunciar al régimen a finales de 1981, fui (éramos unos treinta manifestantes, recuerdo); y por eso también fui a la plaza un mes antes de la guerra, el gran día en el que los argentinos por fin le perdieron el miedo a los militares y más de 30.000 gritamos: “¡Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar!”.

Me despertaron a las cuatro de la mañana del 2 de abril de 1982 para informarme de que los militares habían tomado las Malvinas. Mi espontánea reacción: “¡Qué hijos de la gran puta! Se jugaron la última carta que les quedaba”. O sea, apelaron al patriotismo de los argentinos, apostaron a que la gloria de haber recuperado esas inútiles y prácticamente vacías islas frenaría la incipiente rebelión y les mantendría en el poder. Nunca me imaginé que la jugada les saliera tan bien; que al día siguiente fueran a celebrar a la plaza de Mayo 100.000 personas, algunas de ellas las mismas que se habían manifestado en contra del borracho Galtieri y sus compinches unas pocas semanas atrás.

Debería de haberlo entendido, al menos en parte. Viví en Buenos Aires cuando tenía entre 3 y 10 años. Cada mañana nos poníamos en fila en el colegio frente a la bandera y cantábamos el himno nacional. Yo, nene británico, “juraba” todos los días “por la patria morir”. En las clases nos metían en la cabeza una y otra vez que los “ingleses” eran unos “piratas” y que las Malvinas eran argentinas. Supongo que, por mi condición de “inglés”, tuve una cierta inmunidad al mensaje. El lavado cerebral, como se demostró aquel 2 de abril, funcionó mejor con mis amiguitos nativos.

Lo curioso fue que pasados unos días la gente no recapacitara, que no hubiera sido capaz de superar la infantil irracionalidad a la que había en un primer momento sucumbido. Más curioso aún es que 30 años más tarde sigan estancados ahí, aparentemente sin entender la extraordinaria fortuna que tuvo Argentina de que en ese preciso momento estaba en el poder en Reino Unido una mujer considerada repelente por un alto porcentaje de la población británica (no me excluyo), y que se la veía como repelente precisamente por su marcial patrioterismo, por su nostalgia imperial, por su estrechez mental y por su obstinada forma de ser, cualidades que la condujeron a emprender una aventura militar de infinitamente más valor para el pueblo argentino que para el británico.

El valor económico de las islas era nulo para ambos países. No había señal de que hubiera petroleo debajo del marEl valor económico de las islas era nulo para ambos países, ya que en aquellos tiempos no había señal de que hubiese petróleo debajo del mar. Todo se hizo con el pretexto del honor. El argumento de Thatcher fue que montó su contraataque para defender los principios de la soberanía y la democracia. Bien, pero para Argentina el valor de la guerra fue mucho más allá de los meros principios. La consecuencia directa de la derrota argentina fue que los militares se retiraron, humillados, del poder; que se vieron expuestos eventualmente al castigo de la ley; y que se instaló la democracia, como hemos visto, de manera duradera. Si Margaret Thatcher se hubiera quedado con los brazos cruzados ante la ocupación de las Malvinas hace casi exactamente 30 años, los nazis argentinos (los más nazis, sin duda, de los muchos regímenes militares en aquellos tiempos en el poder en América Latina) se habrían consolidado en el poder. Seguramente hubieran torturado y matado a más personas. La pena es que antes de caer tuvieran que cargarse las vidas de casi mil soldados argentinos y británicos, entre ellos más de 300 reclutas argentinos en el torpedeado crucero General Belgrano: todos ellos, que nadie lo dude, las últimas víctimas de la Junta Militar argentina. Los 255 soldados británicos que cayeron nunca lo llegaron a saber, pero el fin más noble por el que dieron sus vidas fue que los hijos de puta más aborrecibles de la historia argentina del siglo XX se fueron de una vez y por todas, como dicen por allá, a la puta que los parió. Un pequeño aplauso para la señora Thatcher, que nunca hizo por su propio país —ni de lejos— lo que hizo por Argentina, no estaría de más.