Monday, March 30, 2009

HAROLD JAMES Fantasmas de pasadas cumbres



29/03/2009

El mundo afronta una crisis financiera dramática que muchos expertos gubernamentales consideran más grave que la Gran Depresión de entreguerras. Antes de 2008, los expertos decían que una Gran Depresión era imposible gracias a la fuerza y la profundidad de los mecanismos de cooperación creados al final de la segunda guerra mundial.

De modo que la cumbre del G-20 ha infundido enormes esperanzas de que el internacionalismo pueda superar una vez más una plétora de problemas económicos. Lamentablemente, ya sólo la magnitud de las esperanzas sugiere que la decepción es casi segura.
El simbolismo del lugar de su celebración es desafortunado, pues transmite reminiscencias del principal intento frustrado de dirigir la economía mundial durante la Gran Depresión. La Conferencia Económica Mundial de 1933 se reunió también en Londres, en el Museo Geológico, con una participación aún mayor: sesenta y seis países. Los participantes en la cumbre de 2009 tal vez no visiten el Museo Geológico, pero tendrán que afrontar el espectro de las conferencias del pasado, pues el fracaso de 1933 ofrece importantes enseñanzas para nuestros dirigentes actuales.
En primer lugar, como con la cumbre del G-20, todo el mundo esperaba que la Conferencia fracasara. La sesión plenaria quedó paralizada por la forma en que las comisiones preparatorias habían trabajado. Los expertos monetarios sostenían que un acuerdo de estabilización de las divisas sería sumamente deseable, pero requería un acuerdo previo sobre el desmantelamiento de los obstáculos al comercio: los altos aranceles y contingentes que se habían introducido durante la depresión.




Los expertos comerciales se reunieron paralelamente y constituyeron la imagen especular de ese argumento. Convinieron en que el proteccionismo era, evidentemente, un defecto, pero pensaban que era necesario y no se podía abordar sin la estabilidad monetaria. Sólo la dirección de una determinada gran potencia, dispuesta a sacrificar sus intereses nacionales particulares para acabar con el atolladero resultante, podría haber salvado teóricamente la reunión, pero semejante dirección era tan improbable entonces como ahora.
De hecho, la segunda enseñanza de la Conferencia de Londres de 1933 consiste en la nula disposición de los gobiernos en tiempos de gran dificultad económica a hacer sacrificios que pudieran entrañar costos a corto plazo. Aun cuando el resultado hubiera sido la estabilidad a más largo plazo, las consecuencias políticas inmediatas eran demasiado desagradables. En circunstancias económicas adversas, los gobiernos se sentían vulnerables e inseguros y no podían permitirse el lujo de perder el apoyo público.




Al final, al comprender que afrontaban un fracaso inevitable, los participantes buscaron un chivo expiatorio. La Conferencia de 1933 parecía una novela policíaca clásica en la que todas las partes tenían un motivo para ser sospechosas. Reino Unido y Francia habían abandonado el internacionalismo, al adoptar sistemas comerciales conocidos como "preferencia imperial", que favorecía sus imperios de ultramar. El presidente de Alemania acababa de nombrar el agresivo y radical Gobierno de Adolf Hitler. La delegación alemana estaba encabezada por Alfred Hugenberg, quien no era nazi, pero quería mostrar que era un nacionalista más implacable incluso que el propio Hitler. El Gobierno de Japón acababa de enviar tropas a Manchuria.
De todas las mayores potencias participantes en Londres, EE UU parecía la más razonable e internacionalista con mucho. Tenía un nuevo y carismático presidente, cuyo espíritu cosmopolita y anglófilo era conocido. Franklin Roosevelt estaba ya adoptando medidas vigorosas contra la depresión e intentando reorganizar el fallido sistema bancario de EE UU.




Roosevelt no sabía qué postura adoptar en la conferencia y sus numerosos asesores ofrecieron consejos incoherentes. Al final, perdió la paciencia y anunció que de momento EE UU no tenía intención de estabilizar el dólar. Ese mensaje, pronunciado el 3 de julio de 1933, se conoció como el zambombazo. Roosevelt habló de la necesidad de restablecer "el sano sistema económico interno de una nación" y condenó los "viejos fetiches de los llamados banqueros internacionales".
Todos fingieron sentirse escandalizados ante el fracaso del internacionalismo, pero, al mismo tiempo, estuvieron encantados de tener a alguien a quien echar la culpa del fracaso de la conferencia.




En 2009 afrontamos un conjunto de circunstancias similares. Las líneas de conflicto han quedado trazadas claramente y por adelantado. EE UU quiere que el mundo se lance a ejecutar programas de estímulo macroeconómico y cree que la complicada tarea de reinventar y reorganizar la supervisión y la regulación financieras puede esperar. Muchos países europeos no pueden permitirse el lujo de un plan de estímulo, en vista de que sus finanzas públicas ya no dan más de sí, y lo que quieren en su lugar, es lograr avances en la regulación internacional de la banca.




También están ya preparadas las coartadas para el fracaso. No es probable que la nueva cumbre produzca un plan de estímulo coordinado ni un programa detallado para un sistema seguro de regulación financiera. A lo largo de toda la reunión, los participantes estarán esperando al momento en que uno de los dirigentes (tal vez Angela Merkel) pierda la paciencia y haga la observación obvia y cierta de que el proceso es un desperdicio de esfuerzos. Entonces todo el mundo denunciará a esa estadista honrada por haber hecho naufragar el internacionalismo.
En el decenio de 1930 fueron los gobiernos autocráticos y beligerantes de Alemania y de Japón los que pudieron obtener más réditos del fracaso de la conferencia de Londres. También en la conferencia de Londres actual es probable que se utilice un arma retórica contra los grandes gobiernos occidentales y brinde un motivo para aplicar nuevas formas de capitalismo de Estado.
Harold James es profesor de Historia y Asuntos Internacionales en la Escuela Woodrow Wilson de la Universidad de Princeton y profesor de Historia en el Instituto Universitario Europeo de Florencia.




Copyright: Project Syndicate, 2009 Traducción de Carlos Manzano

Tuesday, March 17, 2009

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16 -03-09

Tuesday, March 10, 2009

Daniel Cohn-Bendit, a 40 años de Mayo del 68 GANAMOS

"Los desafíos de la juventud son mucho más angustiosos hoy". Acaba de escribir un libro sobre la histórica rebelión parisina, el que entregó personalmente a Sarkozy, uno de sus más enconados críticos. Convertido en un militante ecológico y firme opositor a los Juegos Olímpicos en China, habla en exclusiva para Chile sobre el movimiento que lideró y de sus luchas actuales. "Son muchas las batallas que me apasionan hoy", dice. Esta es la revolución personal del hombre que remeció al mundo.


Por María Cristina Jurado

http://www.youtube.com/watch?v=9SPMfr38fCA


A yer usó pantalones pata de elefante; hoy, jeans de cotelé raído. En vez de camisas de algodón cuadriculadas, hoy llega al Palacio del Elysée –la residencia del Presidente francés Nicolás Sarkozy– en chaqueta de paño y camiseta blanca. Siempre sin corbata.Ya no tiene 23, si no 63. Sus kilos tampoco son los mismos: Daniel Cohn–Bendit era alto, esmirriado e impactaba con la transparencia de sus ojos. Hoy sigue alto, pero una mal disimulada barriga lo delata. Y su mirada se esconde tras doctas gafas. Mantiene, eso sí, el remolino de pelo colorado con visos dorados que lo hizo famoso como "Dany, el Rojo" hace 40 años. Sólo que el color del apodo cambió: desde que defiende la opción de los ecologistas en el Parlamento Europeo (a partir de 1994 y, desde el 2002, como su copresidente) lo llaman "Dany, el Verde".


Pero a Cohn–Bendit, principal protagonista de Mayo del 68 en Europa y de sus consecuencias en el mundo, la ropa, la estética y las frivolidades le pasan por el lado, invisibles. Hoy, sesentón y célebre, vive en Frankfurt con su mujer y sus dos hijos, y parece que nunca estuviera quieto: viaja más kilómetros por semana que la mayoría de los políticos, en un incesante ir y venir desde su casa alemana a Bruselas o Estrasburgo, donde están las dos sedes principales del Parlamento Europeo. Su tarea, como líder del Partido Verde, es a tiempo completo.A cuarenta años de los sucesos de la primavera de 1968 –que debutaron con un rebelión de estudiantes en la Universidad de Nanterre liderada por Daniel, entonces alumno de Sociología, y arrastraron con fuerza imparable a diez millones de trabajadores franceses–, Dany es recordado como el hombre que encendió la mecha.Irreverente y provocador, publicó recientemente Forget 68, libro donde rememora aquel histórico movimiento y que llevó personalmente de regalo al Presidente Sarkozy, uno de sus más conocidos detractores. "Terminamos riéndonos y él prometió leer mi libro. Sarkozy sabe perfectamente que si Mayo del 68 no hubiera existido, él jamás habría sido Presidente de Francia, porque se ha divorciado dos veces", dice socarronamente Cohn–Bendit a "Sábado" desde Bruselas.Y no deja de tener razón.–Estoy en un momento extraordinario de mi vida –señala este hijo de judíos alemanes que se radicó en Francia tras escapar de los nazis.–Este cumpleaños (de Mayo del 68) es, sobre todo, una ocasión para reflexionar sobre el sentido de aquellos sucesos, pero en ningún caso una excusa para escapar de nuestra realidad actual. Por eso fue que publiqué en las Ediciones de l'Aube Forget 68. Es mi punto de partida para evitar la nostalgia a toda prueba.–¿Está desilusionado o contento del resultado histórico de su célebre rebelión? ¿Cree que ayudó al mundo a ser mejor?–La cuestión no es sólo saber si el 68 contribuyó o no a mejorar el mundo. Las barricadas de entonces ya se desvanecieron, pero es innegable y obvio que transformaron radicalmente la sociedad. La mutación operó, ante todo, sobre la cultura tradicional, el moralismo y el principio de la autoridad vertical. Tocó la vida de todos en la sociedad, la manera de ser, de hablarse, de amarse... Basta con revisar el funcionamiento social en Francia antes del 68 para darse cuenta.–¿Qué recuerdo del 68 lo estremece aún? ¿Qué ha perdurado?–Aún me conmueve haber visto, exactamente 23 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, a una Francia multicolor gritando: "Todos somos judíos alemanes", como una forma de manifestarse contra mi expulsión del país. Otra cosa que no he podido olvidar de los años sesenta es la pesadez del conservadurismo político, tanto de izquierda como de derecha. Inolvidable.–¿Siente que su lucha fue infructuosa?–No. En la medida en que hoy las mujeres no necesitan una autorización notarial de sus maridos para salir a trabajar o para abrir una cuenta bancaria, estimo que ganamos. A pesar de que la aplastante victoria del general De Gaulle después de los sucesos del 68 fue un flagrante fracaso político, así y todo considero que la brecha de libertad que abrimos con nuestro movimiento fue de tal magnitud que es justo considerarla como una victoria cultural.Cohn–Bendit no olvida tampoco que su arrasador movimiento universitario emergió aparejado casi al mismo tiempo con otras manifestaciones sociales rupturistas, como el auge de Mary Quant y la minifalda, el uso de la píldora anticonceptiva y los vientos de renovación en la Iglesia católica.

El nacimiento de la cultura hippie, la música revolucionaria de los Beatles y el concierto de Woodstock, entre otros ejemplos marcadores, se homologan también a la primavera del 68 en Europa. No fue por casualidad que, desde ese punto cero, la sociedad inició su mayor proceso de transformación durante el siglo XX.–¿Por qué usted dice hoy que la suya no fue una revolución? Entonces, ¿qué fue?–La de 1968 fue una rebelión que echó por tierra las mitologías revolucionarias para beneficiar a los movimientos de liberación que nacieron y que se han prolongado desde los años 70 hasta hoy. Nuestra revuelta participaba de la expresión política, pero en ningún caso tenía por finalidad la toma del poder. Esa fue la diferencia fundamental. En realidad, su naturaleza existencialista la convirtió en "políticamente intraducible". El deseo y la necesidad de libertad que nos caracterizaban se deslizaron sobre todos los arcaísmos del pensamiento. Las estériles categorías de la tradición política no tuvieron, por lo tanto, ninguna influencia en los sucesos de esos años.–¿Cómo se explica que su nombre y su rostro se hayan convertido en un símbolo de aquel año? ¿Fue algo mediático o real?–El año 68 fue, sin ninguna duda, el primer suceso a escala global en ser transmitido en directo por la radio y la televisión. El mundo de los años 60 fue una diversidad de rebeliones conectadas. Con la nueva generación surgió un novel imaginario político y las órdenes escritas en los muros se consideraron y se vieron como abiertamente poéticas. Fue exactamente esa suerte de "esencia surrealista" de nuestra rebelión la que logró captar el fotógrafo Gilles Caron en esa imagen que dio la vuelta al mundo: mi "cara a cara" con un policía, mostrándole la mejor de mis sonrisas insolentes, fue una subversión de tal calibre frente al orden establecido, que terminó por relegarlo al ridículo. Esa foto simbolizó la tremenda sed de una emancipación casi irreverente que nos caracterizó. Y condensó toda nuestra energía liberadora.–¿Cómo fue el encuentro que usted tuvo este año con el Presidente Sarkozy?–Nuestra reunión en el Palacio del Elysée fue buena. El Presidente se sonrió cuando le pasé mi libro con una dedicatoria: "¿Para cuándo la imaginación al poder?". Debo decir, además, que si decidí expresarme con un libro sobre estos cuarenta años fue, en gran parte, a causa de las opiniones anti–68 que Sarkozy desparramó durante su campaña. Decidí levantar la cortina sobre esa época para denunciar la impostura de quienes la asocian con todos los males que aquejan al mundo. Decir, por ejemplo, que la generación del 68 es la responsable de la violencia en los barrios, del exacerbado individualismo,, de la crisis de la educación, de la declinación de la autoridad, sólo porque alguna vez escribimos sobre los muros "Prohibido prohibir", es simplemente una aberración. No sólo es intelectualmente inadmisible, también constituye un escape para evitar toda explicación a los problemas de hoy.Cohn-Bendit, que parece estar todo el tiempo ocupado y que guarda un rígido celo respecto de su vida privada, tiene una gracia que sus cercanos y sus críticos destacan. Nunca se ha echado a descansar en la celebridad acumulada en estos años.El presente y los procesos sociopolíticos actuales le interesan aún más que sus años de juventud y gloria. A principios de los 70 y después de haber sido expulsado de Francia por los sucesos de Mayo (logró revertir la medida en 1978, pero siguió viviendo en Frankfurt), trabajó en una librería y hasta estuvo a cargo de un jardín infantil de vanguardia en el contestatario barrio de Sachsenhausen, en la capital de Hessen. Pero la vida tranquila le duró poco. En 1984 comenzó a interesarse en los postulados del Partido Verde y, antes de darse cuenta, ya ejercía cargos políticos de distinto calibre.–Como diputado verde, es muy activo. ¿Cuáles son hoy sus principales batallas?–Son múltiples. Desde la lucha por remediar el problema de la degradación climática a la cuestión del desarrollo sustentable, pasando por la política extranjera. Hace muy poco me ocupé del boicot a la ceremonia oficial en los Juegos Olímpicos de China debido a la situación catastrófica de sus derechos humanos.Cohn-Bendit se apasiona con el tema: "China hoy es una vergüenza para el género humano. No podemos ignorar sus actuaciones y posiciones por la simple razón de que forma parte de las grandes potencias económicas. Desde el momento en que ese país acoge los Juegos Olímpicos, todos nos convertimos en co–responsables de lo que suceda en él. No importa si somos deportistas, espectadores, políticos, periodistas o lo que sea, igual tenemos el deber de indignarnos y manifestarnos civilmente en contra de un régimen que violenta los derechos humanos"."También me he preocupado de lograr la adhesión de Turquía a la Comunidad Europea si las condiciones se reúnen -añade- y de la Constitución de Europa... ¡son muchas las batallas que me apasionan hoy!"–La globalización es un tema para usted. ¿Cómo encuentra que ésta afecta hoy a los jóvenes?–El problema de la globalización es que afecta todas las esferas sociales y a todos nosotros por igual. En la medida en que no hemos encontrado los instrumentos políticos para manejar y aportar a este fenómeno, estamos reducidos a sufrir sus consecuencias. Y así se está privando a los Estados del manejo de sus propios destinos... pero, claro, ninguno lo admite. En la medida en que la Unión Europea no sea considerada como un instrumento eficaz para regular esta globalización caótica, existirán reticencias para el fortalecimiento europeo. Por lo demás, me parece que es la única manera que tienen los países para actuar eficazmente en la escena internacional y para regular este fenómeno según criterios ecológicos y de justicia social.–¿Así llegó al Partido Verde?–Creo que la ecología política es una de las herencias del enorme sobresalto que se produjo en el 68. Ella permanece inasible para las categorías políticas tradicionales y constituye una innovación mayor. Es también uno de los raros pensamientos capaces de aportar a los problemas complejos actuales y de sugerir cambios que de verdad movilicen el futuro.–¿Cuál sería su mensaje hoy para la juventud? ¿Sigue pensando que los jóvenes pueden cambiar el mundo?–En 40 años el mundo ha cambiado radicalmente. La realidad de la guerra fría se esfumó, igual que las escuelas y las fábricas con aspecto de cuarteles. También las estructuras sindicales basadas en el autoritarismo, el oprobio que cubría a los homosexuales... En su lugar, hoy encontramos otros problemas, tanto o más complejos. Hoy existe el sida, las altísimas cifras de desempleo, las feroces crisis energéticas y climáticas, las amenazas en el mundo alimentario... Por eso debemos dejar a las nuevas generaciones la tarea de definir sus propias batallas y deseos.–Hoy sería más difícil ser joven que en los años sesenta...–Sí, mucho más. Como le he dicho, los desafíos y conflictos que enfrenta la juventud hoy son mucho más angustiosos que los de hace cuarenta años. Nosotros podíamos permitirnos ser despreocupados, por la sola razón de que la precariedad no formaba parte de nuestro mundo. Esa realidad terminó.

No hay mal que por bien no venga - Joaquín Villalobos*

Fuente: El País.com

El coronel Chávez ha intentado de todo para provocar a Estados Unidos: insulta a sus dirigentes, nacionaliza empresas, brinda apoyo a las FARC, exporta su “revolución”, estrecha relaciones con Irán, compra grandes cantidades de armamento y realiza maniobras militares con Rusia… Y todo ello sin que haya mayores consecuencias. ¿Qué habría ocurrido si Estados Unidos hubiese aplicado a Cuba la política de indiferencia utilizada con Venezuela? ¿Habría podido mantenerse Fidel Castro 50 años en el poder?

Estados Unidos dio razones a la instalación de una dictadura, le dejó la Isla a Castro al trasladar la oposición a Florida, bloqueó el ciclo natural de descenso del soporte popular al régimen y facilitó justificar la bancarrota económica de la revolución. Chávez, por el contrario, a pesar de sus abusos, sigue obligado a realizar elecciones y referendos, y si bien ganó el derecho a reelegirse indefinidamente, los números demuestran que su soporte popular está decreciendo, que la oposición se está fortaleciendo y que la demanda de buen gobierno está creciendo, todo esto en la víspera de una crisis que golpeará con mucha fuerza su socialismo petrolero.
En el pasado, problemas como el de Venezuela los resolvían las derechas con atentados o golpes de Estado. Sin duda, resulta difícil asimilar que lo mejor es enfrentar a Chávez a cuanta competencia electoral sea necesaria hasta que el coronel acabe desgastado frente a los votantes. De lo contrario, su mito populista se mantendría vivo entre millones de venezolanos y latinoamericanos. La reelección indefinida es, en ese sentido, un mal benigno de cara al futuro. Pese a que el régimen tiene mucho poder de intimidación, es la popularidad del coronel el problema principal. En Cuba, la larga victimización de Castro permitirá que éste sea deificado después de muerto y pasarán muchos años para que se pueda hablar de sus pecados sin blasfemar.

Venezuela necesita reconstruir su sistema de partidos, renovar su liderazgo, mejorar la cultura política de sus ciudadanos y acabar con la dependencia del petróleo diversificando la economía. En ese sentido es mejor derrotar Chávez sin buscar atajos. Que miles de jóvenes venezolanos cualificados estén renovando el liderazgo del país, luego de que el neoliberalismo provocó que la inteligencia se retirara de la política, es un gran beneficio. Que los habitantes de barrios pobres se estén convenciendo de que el asistencialismo no les resuelve sus problemas, es progreso en la conciencia ciudadana.


La oposición necesita acabar con la atomización partidaria, tener la madurez necesaria para unirse y ser capaz de demostrar que vale más un buen gobierno que la más gloriosa de las revoluciones. Sin mayor madurez política los venezolanos no podrán salir de la dependencia del petróleo y, si no resuelven esto, seguirán en riesgo de convertirse en dictadura o “monarquía”. Chávez es sólo la representación caricaturesca de este problema.


El resultado del último referendo es, en ese sentido, un indicador de los progresos logrados y una prueba de que los opositores no están perdiendo el tiempo. El tiempo político de Chávez no sólo depende de sus debilidades petroleras, sino también de la recomposición de la oposición.
El modelo de asistencialismo, agitación y movilización permanentes basado en culpar al enemigo de los problemas generados por la incapacidad propia, no es eterno. Luego de diez años, el ciclo de inclusión e identidad de los nuevos electores “chavistas” entrará en una etapa de mayor madurez y pronto comenzarán a exigir solución de los problemas concretos de empleo, inflación, inseguridad y escasez. El gobierno de activistas en rotación permanente que el coronel mantiene, no tiene ni idea de cómo resolver estos problemas. Petróleo barato, demasiados gastos, mantener a Cuba, Bolivia y Nicaragua, ciudadanos más demandantes, incapacidad para administrar y cultura de despilfarro, son un callejón sin salida; por lo tanto, el reto principal es la capacidad de la oposición de unificarse.


A pesar de los pocos progresos de la democracia en resolver la desigualdad, Latinoamérica está luchando con relativo éxito por pasar de la infancia a la madurez política. Los países que tienen partidos, liderazgos y ciudadanos maduros están atendiendo sus economías y resolviendo la pobreza; y aquellos que tienen partidos polarizados y dirigidos por caudillos, están atrapados entre el miedo y la venganza, mientras sus pobres esperan. La existencia de grandes mayorías de excluidos mantendrá los riesgos de populismos como el de Chávez, pero, sin la conversión de esos excluidos en sujetos políticos, no habrá una estabilidad más permanente.
La pobreza no la resolverán redentores milagrosos, sino instituciones democráticas fuertes, economías productivas, gobiernos eficientes y sociedades tolerantes.
*Joaquín Villalobos, ex guerrillero salvadoreño, es consultor para la resolución de conflictos internacionales.