No hay mal que por bien no venga - Joaquín Villalobos*
El coronel Chávez ha intentado de todo para provocar a Estados Unidos: insulta a sus dirigentes, nacionaliza empresas, brinda apoyo a las FARC, exporta su “revolución”, estrecha relaciones con Irán, compra grandes cantidades de armamento y realiza maniobras militares con Rusia… Y todo ello sin que haya mayores consecuencias. ¿Qué habría ocurrido si Estados Unidos hubiese aplicado a Cuba la política de indiferencia utilizada con Venezuela? ¿Habría podido mantenerse Fidel Castro 50 años en el poder?
Estados Unidos dio razones a la instalación de una dictadura, le dejó la Isla a Castro al trasladar la oposición a Florida, bloqueó el ciclo natural de descenso del soporte popular al régimen y facilitó justificar la bancarrota económica de la revolución. Chávez, por el contrario, a pesar de sus abusos, sigue obligado a realizar elecciones y referendos, y si bien ganó el derecho a reelegirse indefinidamente, los números demuestran que su soporte popular está decreciendo, que la oposición se está fortaleciendo y que la demanda de buen gobierno está creciendo, todo esto en la víspera de una crisis que golpeará con mucha fuerza su socialismo petrolero.
En el pasado, problemas como el de Venezuela los resolvían las derechas con atentados o golpes de Estado. Sin duda, resulta difícil asimilar que lo mejor es enfrentar a Chávez a cuanta competencia electoral sea necesaria hasta que el coronel acabe desgastado frente a los votantes. De lo contrario, su mito populista se mantendría vivo entre millones de venezolanos y latinoamericanos. La reelección indefinida es, en ese sentido, un mal benigno de cara al futuro. Pese a que el régimen tiene mucho poder de intimidación, es la popularidad del coronel el problema principal. En Cuba, la larga victimización de Castro permitirá que éste sea deificado después de muerto y pasarán muchos años para que se pueda hablar de sus pecados sin blasfemar.
Venezuela necesita reconstruir su sistema de partidos, renovar su liderazgo, mejorar la cultura política de sus ciudadanos y acabar con la dependencia del petróleo diversificando la economía. En ese sentido es mejor derrotar Chávez sin buscar atajos. Que miles de jóvenes venezolanos cualificados estén renovando el liderazgo del país, luego de que el neoliberalismo provocó que la inteligencia se retirara de la política, es un gran beneficio. Que los habitantes de barrios pobres se estén convenciendo de que el asistencialismo no les resuelve sus problemas, es progreso en la conciencia ciudadana.
La oposición necesita acabar con la atomización partidaria, tener la madurez necesaria para unirse y ser capaz de demostrar que vale más un buen gobierno que la más gloriosa de las revoluciones. Sin mayor madurez política los venezolanos no podrán salir de la dependencia del petróleo y, si no resuelven esto, seguirán en riesgo de convertirse en dictadura o “monarquía”. Chávez es sólo la representación caricaturesca de este problema.
El resultado del último referendo es, en ese sentido, un indicador de los progresos logrados y una prueba de que los opositores no están perdiendo el tiempo. El tiempo político de Chávez no sólo depende de sus debilidades petroleras, sino también de la recomposición de la oposición.
El modelo de asistencialismo, agitación y movilización permanentes basado en culpar al enemigo de los problemas generados por la incapacidad propia, no es eterno. Luego de diez años, el ciclo de inclusión e identidad de los nuevos electores “chavistas” entrará en una etapa de mayor madurez y pronto comenzarán a exigir solución de los problemas concretos de empleo, inflación, inseguridad y escasez. El gobierno de activistas en rotación permanente que el coronel mantiene, no tiene ni idea de cómo resolver estos problemas. Petróleo barato, demasiados gastos, mantener a Cuba, Bolivia y Nicaragua, ciudadanos más demandantes, incapacidad para administrar y cultura de despilfarro, son un callejón sin salida; por lo tanto, el reto principal es la capacidad de la oposición de unificarse.
A pesar de los pocos progresos de la democracia en resolver la desigualdad, Latinoamérica está luchando con relativo éxito por pasar de la infancia a la madurez política. Los países que tienen partidos, liderazgos y ciudadanos maduros están atendiendo sus economías y resolviendo la pobreza; y aquellos que tienen partidos polarizados y dirigidos por caudillos, están atrapados entre el miedo y la venganza, mientras sus pobres esperan. La existencia de grandes mayorías de excluidos mantendrá los riesgos de populismos como el de Chávez, pero, sin la conversión de esos excluidos en sujetos políticos, no habrá una estabilidad más permanente.
La pobreza no la resolverán redentores milagrosos, sino instituciones democráticas fuertes, economías productivas, gobiernos eficientes y sociedades tolerantes.
*Joaquín Villalobos, ex guerrillero salvadoreño, es consultor para la resolución de conflictos internacionales.
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